Desde el domingo 31 de octubre y hasta el 12 de noviembre, el mundo presenciará la seriedad de las acciones que los países están dispuestos a tomar para hacer frente a la amenaza del cambio climático. Bajo el lema “uniendo al mundo para hacer frente al cambio climático”, la COP26 reunirá a representantes de casi 200 países en la ciudad de Glasgow, Reino Unido, contando con la asistencia, además de Jefes de Estado y de Gobierno, de importantes miembros de las ONG´s, expertos en el tema, empresas y activistas. Esta conferencia será también marco para las reuniones de seguimiento al Protocolo de Kioto y del Acuerdo de París. Principales hojas de ruta de las acciones que deberían emprenderse en el tema.
Pero ¿qué tan relevante es este de cumbres para quienes habitamos las ciudades del mundo?
Actualmente, en las 502 ciudades del mundo, viven 4,5 mil millones de personas, esto es, el 55 por ciento de la población mundial. Para 2050 se espera que la población urbana alcance los 6,5 mil millones. Asimismo, en ellas se genera el 80 por ciento del PIB global. A pesar de ocupar el 3 por ciento de la superficie de la tierra, representan del 60 al 80% del consumo de energía y al menos el 70% de las emisiones de carbono.
Por su importancia para la humanidad entera, las ciudades se convierten también en sitios de alta vulnerabilidad ante las variaciones en el clima. Las ciudades son el epicentro de los asentamientos humanos, donde se produce la mayor parte de las actividades comerciales e industriales.
La COP26, pretende demostrar la urgencia y las oportunidades de avanzar hacia una economía neutra en carbono, así como el poder de la cooperación internacional para hacer frente a los retos más graves a los que se enfrenta el mundo.
La meta planteada por el Acuerdo de París implicaba no rebasar los dos grados centígrados. Hoy esa meta parece lejana y, aun alcanzándola, insuficiente, ya que estos compromisos solo alcanzarían a cubrir un tercio de las reducciones en las emisiones necesarias para detener este incremento en la temperatura. Peor aún, suponiendo que se cumpliesen, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés), alerta que estaríamos alcanzando el incremente de 3,2 grados de calentamiento.
De acuerdo con David Wallace-Wells en su libro El Planeta Inhóspito el aumento de “solo” dos grados provocaría que empezaran a colapsar las plataformas de hielo y se daría la inundación de más de cien ciudades en todo el mundo. 400 millones de personas padecerían escases de agua y las olas de calor matarían a miles de individuos cada verano. Las sequian serían una constante y los incendios forestales se multiplicarían por seis, nada más en los en Estados Unidos. Ese incremento traería como consecuencia la muerte de 150 millones de personas producto únicamente de la contaminación del aire. Según la ONU, la tendencia actual en el incremento de la temperatura nos colocaría en 4,5 grados de calentamiento en el año 2100.
Pero el tema no solo refleja una visión catastrófica para el futuro, nos ubica en fenómenos que hoy día ya están ocurriendo. Las notas sobre deshielos, huracanes y tornados, incendios desmedidos y olas de calor son ya frecuentes. Los últimos siete años han sido los más cálidos desde que se tiene constancia, alcanzándose temperaturas de hasta 54,4 grados centígrados en regiones de California. Desde 1880 el nivel del mar ha subido en 20 cm y se espera suba otros 30 y hasta 122 cm más en 2100. Nos encontramos frente a una de las principales amenazas a la viabilidad de la existencia humana como la conocemos, según lo expresó el presidente estadounidense Joe Biden.
En México, las sequias traerían consigo la desecación del Rio Bravo, por ejemplo. La mayor parte del país se volvería más seca y las sequias más frecuentes, con el consecuente aumento de demanda de agua particularmente en el norte del país y en zonas urbanas. Por otro lado, habría regiones donde la precipitación podría ser más intensa y frecuente, incrementando el riesgo de inundaciones para alrededor de 2 millones de personas que actualmente se encuentran en situación de moderada a alta vulnerabilidad, ante las inundaciones, y quienes residen en ciudades menores a 5,000 habitantes, ubicadas principalmente en la parte baja de las cuencas, sumado al riesgo de deslizamientos de laderas por lluvia.
En este desolador escenario, resalta la pasividad y negligencia de nuestro gobierno. Mientras el mundo busca eliminar las energías a base de combustibles fósiles, en México se promueven reformas para regresar a las energías sucias y contaminantes. Al tiempo que la sociedad civil en su conjunto busca poner énfasis en la toma de conciencia para actuar globalmente, aquí se ubica a la causa ecologista como un derecho generado como pretexto neoliberal para que se dejara de hablar de saqueo y corrupción y “seguir robando”.
Cuando todos observan la imperiosa necesidad de invertir los mayores recursos posibles en el cuidado del medio ambiente, aquí se cancela el Fideicomiso del Cambio Climático; pero eso sí, se pide a los países más desarrollados del mundo, reunidos en el G20, se transfieran 100 mil millones de dólares para hacer frente al cambio climático.
Nos encontramos ante una visión aldeana, creyendo que los fenómenos ambientales solo pegarán a las naciones más desarrolladas; tal vez por eso se suponga que la responsabilidad es de éstas. Más de 120 Jefes de Estado llevarán al COP26 compromisos y propuestas corresponsables, resaltando la ausencia de los mandatarios de Rusia, China, Irán y Brasil y del Presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. México estará representado en Glasgow por la Secretaria del Medio Ambiente.
Debemos reconocer que la ausencia del Presidente es, al menos, un acto de congruencia con su visión del mundo. Se antoja difícil que pudiera llevar propuestas concretas cuando en la práctica sus principales proyectos de gobierno contradicen cualquier compromiso medioambiental: Dos Bocas y la contra reforma eléctrica dan muestra clara que el país no mira al futuro, sino que busca anclarse en las prácticas de los setentas y ochentas. Pero, en este asunto, López Obrador no se juega su proyecto político, sino el futuro de México.