lunes, 23 de diciembre de 2024.

La magia del valenciano Enrique Ponce brillo en la monumental Plaza México

Por Rodrigo Bautista
El reloj de la Plaza México, que sus manecillas han retrasado el tiempo. Minutos antes del paseíllo dijo el juez por los altavoces: “Vamos a trabajar con los celulares, porque este reloj está fuera de tiempo”. Y efectivamente, está fuera de tiempo, cada vez se detiene más y más. Será por aquellos toreros que a veces han detenido el tiempo al torear. Será por eso que este viejo reloj camina ahora más despacio. Y este domingo, a muy poco estuvo de detenerse por completo con el toreó lentísimo del majestuoso Enrique Ponce.
El tiempo es lo que menos importó, porque hasta incluso hubo toro de regalo y nadie se retiró; no lo pidió el toreo, lo exigió el público. La petición popular fue unánime: “¡Ponce, regala un toro!” Decían en los tendidos una y otra vez tras haber terminado el tercio de banderillas del sexto astado. Y Ponce, quizá por vez primera en la Plaza México, levantó el dedo índice porque el público –su público- se lo pidió y vaya que con tremendo furor, como si esta fuese la última tarde del valenciano y todos lo supieran.
No, el tiempo no importó. Hubiera sido mejor que el reloj regresará una y otra vez las manecillas, pero lo sucedido jamás será irrepetible. La gente salió de la plaza sin sentido del tiempo, sin saber a ciencia cierta lo que ocurrió, porque no hay ciencia que explique cómo es que un hombre logró hacer vibrar a miles de corazones.
Esperado con ansia para esta temporada. El Enrique Ponce de toda la vida, pero hoy con un algo que le ha rejuvenecido. Un todo que le hace verse mejor por donde quiera que se le vea, toreando claro. Aunque lo otro tampoco pasa inadvertido para el público femenino: “¡Ponce, te amo!” Le gritaban al hispano, quien educadamente reverenciaba hacía donde se encontraba la emocionada damita. Un hombre que es amado hasta el paroxismo y que no solamente lo agradece, sino que da de él como todo un caballero que sabe responder el amor de una mujer. Este amor nació en México y es con México. Y a este amor, Ponce le ha correspondido como un rey responde a sus súbditos: con su vida. Vida como la que a un gran pedazo de México se le escapó el 19S y este dolor Ponce también lo siente como el más mexicano de los mexicanos. No se reencontró Ponce con el público de la Plaza México, pues su relación jamás se ha roto; apenas este año en la despedida del maestro “Zotoluco” tuvo una tarde extraordinaria y ayer ratificó que el amor bueno es para toda la vida.
 Tremenda ovación recogió Ponce en los tercios del ruedo luego del paseíllo, agradeciendo el cariño del público. Después, tras regresar al callejón, invito a sus alternantes para compartir sus aplausos.
Sorprendió lo que su primer toro hizo; éste saltó al callejón y cayó en burladero de picadores, quedando atorado por momentos. Pero el valenciano cambió la angustia por artística plena al cuajar chicuelinas con las manos muy abajo, una vez liberado el de Barralva. Evidentemente, tras el salto, el toro ya no estaba al cien por ciento, por lo que se le dio un castigo leve con el picador. Un par de capotazos en quites y Ponce decidió pasarlo a banderillas para no forzar al maltrecho animal. Brindo al respetable, que se le entregó por completo. A lo cirujano, Ponce tuvo que darle todas las ventajas al toro, en tiempo, espacio y altura, ya que su oponente perdía las manitas en cuanto le obligaba apenas un gramo de más. A pesar de que el astado parecía fenecer, Enrique le ayudó por completo, llevándolo de manera muy delicada, elaborando series de corte excelso pero sin siquiera exigirle de más. Dejó a su aire al astado y sobre de esa tesitura el valenciano extrajo pases más que valiosos y de suma belleza. Toda una cátedra del bien torear ofreció Ponce, dejando ver lo más que pudo a su oponente, que seguramente habría salido extraordinario de no haber saltado al callejón. Se fue tras la espada, que fue fulminante. Labor corta, pero verdaderamente admirable, pues Ponce consiguió hacer el milagro de extraer pases a un toro que no tenía nada. Sonoros aplausos en el tercio.
El segundo de su lote, de Teófilo, fue manso para el caballo, soso y descastado para la muleta. Pero Ponce le sacó todo el partido y las carencias del animal las ensalzó, para realizar una labor refinada, de muy alto grado. Toreó con la muleta a la altura de la cintura debido a que su oponente iba con la cara arriba, Enrique le hizo de todo y cuánto pudo, por derecha e izquierda, aprovechando que su rival era suavote, sin complicación alguna. Y ante el paso lento del toro, lento toreo el valenciano, extremadamente lento. Poncinas de gran relieve y más pases que convencieron sobradamente al público. Pocos, solo muy pocos se dieron cuenta de que el toro no tuvo lo necesario para llamarse bravo. Estocada que no bastó y dos descabellos tras aviso. Pitos al toro, aplausos en el tercio para Ponce, pero él decidió darse la vuelta. Petición de oreja que no se concedió acertadamente.
Es diciembre y en este mes los regalos toman otro tinte. No hubo conformidad, ni con mucho, ni con poco. ¡Esperen! Ponce no va a cobrar sus honorarios, se nos olvidó que los donará a la Fundación Slim, que a su vez destinará cada peso para levantar parte del México caído por el 19S. Por sui fuera poco le han pedido regalar un toro y eso también cuesta mucho dinero. Pero es diciembre, mes navideño y Ponce complació lo que le han pedido los miles de aficionados. Qué gran regalo, por que nuevamente el de Valencia toreó por nota, de manera magistral, por derecha y al natural, con poncinas y desdenes. De la manera más pulcra y elegante Este toro de Teófilo tuvo un punto a favor de más trasmisión, aunado a su gran calidad, lo que se conjugó perfectamente y el regalo ha sido simplemente algo maravilloso. El mejor regalo para esta Navidad. Dos orejas, salida a hombros, arrastre lento al toro y una plaza desbordada de pasión y entrega sin medida. Vaya tarde.
Tercera corrida de temporada. Corrida parchada: El Vergel, para rejones, tuvo buen recorrido al principio, aplausos en arrastre. Barralva: primero, saltó al callejón, quedó mermado en la faena, aplausos en el arrastre. Teófilo Gómez, segundo, muy bueno, que acudió con nobleza y fijó, repetidor. Barralva, tercero, se dejó. Teófilo Gómez, cuarto, manso para el caballo, suavote para la muleta. Barralva, quinto, llegó de largo al caballo, descastado. Teófilo Gómez, sexto, manso para el caballo, aplausos en arrastre. Teófilo, séptimo de regalo, arrastre lento, muy bueno.
Entrada, casi lleno. Tarde agradable.
El rejoneador Jorge Hernández Gárate recibió con un solo rejón de castigo a su oponente. Y se dio gusto al cambiar de montura llevando en ocasiones de costado al toro pegado a tablas por medio redondel. Mucha emoción causó el centauro, lo mismo cuando llevaba al toro cocido con la grupa y en recortes bastante comprometidos. Para las banderillas cortas el socio ya se había parado. Mal matando, aplausos, lo mismo que al toro en el arrastre.
 No será una plaza sencilla para Joselito Adame; teniendo la cosa un tanto cuesta arriba, se animó para irse a los tercios de hinojos a recibir el de Teófilo. La cosa no levantó mucho, ya que algunas personas comenzaron a chiflar la acción y la presencia del toro. Dos primeras tandas por derecha de muy buena estructura, trazo largo; una más al natural, de menor impacto. Regresó a la mano diestra, aunque sin la respuesta del público que el torero deseara pese a que toreó bien. Joselito no desmayó en empeño para cambiar la hiel por la miel, lo que llegó prácticamente en las dos últimas series, en las que logró conectar maravillosamente, arrimándose más para encelar a su socio que se prestó para el lucimiento del torero. Y ese toro, aunque perdía las manos en algunas ocasiones, llegó con el hocico cerrado hasta el final, acudiendo a la muleta sin problema.
Manoletinas como colofón y algunos pases de pecho. Citó con un sombrero de charro para dejar una estocada completa, acción abucheada, pero vitoreada al irse el acero como en mantequilla. Pero la romería se puso de espaldas cuando no acertó con el descabello. Silencio.
Para su segundo lo mejor con la capa fueron las zapopinas que ligó, con el sello de la casa. Y la gente le apretó para que pusiera banderillas, a lo que se animó. Todo marchaba bien, pero en su segundo par se fue en banda, cayendo en la arena, a lo que el toro ni tardo ni perezoso le brindó un zapateado que Dios guarde la hora. Con la muleta la historia se recrudeció, el toro fue descastado y Adame, aunque le buscó pases, no encontró respuesta y mejor cortó por lo sano. Estocada que no bastó y descabello.

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