os 119 panteones de la Ciudad de México estarán cerrados mañana 1 y 2 de noviembre. El presidente Andrés Manuel López Obrador decretó luto nacional durante 3 días, en honor a los miles de muertos por covid-19, que inicia hoy sábado y hasta el próximo lunes. La Bandera Nacional se izará a media asta.
La relación de los mexicanos con la muerte es tan antigua como el pueblo teotihuacano —que tuvo su origen antes de la era cristiana—, y fue antecedente de los aztecas, que veían en la muerte una semilla de vida.
La llegada de los españoles en el siglo XVI a la tierra que se convertiría en México a partir de 1821 amarró para siempre el culto prehispánico a la muerte con el calendario católico y las costumbres europeas: 1 de noviembre, Día de todos los Santos y al día siguiente, el de los Fieles Difuntos.
Así fue como la imagen de Mictecacihuatl, la señora de las personas muertas, para los aztecas, pasando por la Santa Muerte en la Colonia, hasta la popular Catrina de José Guadalupe Posada, evolucionó hasta convertirse en espectaculares disfraces y maquillajes de ocasión.
Después de siglo de este sincretismo irreversible, el Día de Muertos, fiesta sellada por el peculiar amarillo del cempasúchil y el papel picado; las ofrendas iluminadas por la llama de veladoras, repletas de guisos, alteros de tortillas, calaveritas de azúcar, chocolate y amaranto; pan de muerto, cafecito de olla, algún habano, una cajetilla de cigarros y algún caballito rebosante de tequila o ron, en honor de los que ya no están no podrá ser, como se estila regularmente, de exhibición pública; quedarán en ámbito de lo privado.
Paradojas de la vida: esos miles de muertos (91 mil 289 personas), saldo del covid-19 en los últimos ochos meses, impide que las honras anuales a la muerte no se cumplan como debe de ser. No vaya a ser el diablo.
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LA JUSTIFICACIÓN
Esta muerte momentánea del Día de Muertos y lo que gira en torno a este festejo pagano-religioso-ancestra-contemporáneo, tiene antecedentes y explicación. Empieza a partir del 23 de marzo de 2020, día oficial de la Jornada Nacional de Sana Distancia. La justificación: que los casos de contagios no se detienen. El promedio es de 4 mil 157 por día.
El confinamiento por la pandemia del covid-19 —decretada así por la Organización Mundial de la Salud, desde el 11 de marzo—, no excluyó a los muertos.
Los panteones fueron cerrados. Las acostumbradas visitas sabatinas o dominicales a los muertitos fueron canceladas por las autoridades —igual que sucede para este 1 y 2 de noviembre—; el objetivo era evitar la concentración de personas en un reducido espacio. En ese caso, en torno a las tumbas de los seres queridos, que los mexicanos convierten en punto de reunión familiar, y no pocas veces en escenario de verdadera parranda.
No sólo eso, los entierros de los muertos —por coronavirus, infarto, cáncer o cualquier otra desgracia— y sus respectivos ritos religiosos y tributos fueron vedados. Se permitieron solamente cortejos fúnebres en petit comité.
Ese gusto por estar cerca de los muertos en los panteones genera que dentro de ellos se mueva una cadena de economía. Se trata de trabajadores informales, vendedores de todo tipo de golosinas, frituras, botanas y refrescos que se quedaron sin chamba tan pronto como se agudizaron las medidas para el confinamiento.
La época de coronavirus provocó también que en los panteones se perdiera la alegría de visitar y enterrar a los muertos. Los músicos con sus guitaras, acordeones, requintos y sus engoladas voces que acostumbraban a caminar casi a hurtadillas entre las tumbas detrás de los muertitos para ofrecerle a sus deudos alguna canción que le hubiese gustado al difunto, fueron desterrados de los camposantos. Esos artistas anónimos, los que aligeran la pena de los que se quedan y encaminan al más allá con algunos acordes a los que ya no están, pasaron también a las filas del desempleo para este 1 y 2 de noviembre.
En este contrasentido, donde la muerte aniquila a la muerte, no solamente hay estampas de una fiesta de muertos cancela por exceso de muertos. Hay datos duros.